viernes, 17 de abril de 2015

El campo problemático de la Filosofía de la Educación. Tensiones


Autoras/es: Stella Maris Torre
Aquí intentaré reconocer y explicitar algunas cuestiones en debate dentro del campo problemático de la filosofía de la educación, a partir de las siguientes tensiones:
(Fecha original del artículo: Mayo de 2006)


a. Filosofía como pensar perenne de lo universal / filosofía como pensar situado de los desafíos de una época histórica.
William Carr (1996), en su búsqueda hacia la comprensión del concepto de “práctica”, argumenta a favor de la historicidad de los conceptos:
“las estructuras conceptuales no son independientes ni diferentes. Los conceptos están inmersos en la sociedad y una forma de vida social está parcialmente constituida por conceptos. Así, por ejemplo, las diferencias entre los antiguos conceptos griegos de ‘democracia’, ‘ciudadano’ y ‘justicia’ y los usos contemporáneos de estos términos en nuestro idioma no indican una simple diferencia lingüística, sino una diferencia entre dos formas de vida social.” [i]
Por lo tanto, si el análisis filosófico de los significados de los conceptos y la modificación de la vida social no son independientes, quedaría expuesta la limitación de cualquier investigación filosófica que analice un concepto históricamente construido prescindiendo de dicha historicidad y limitado a sus usos actuales.
Walter Kohan (1996), en su intento de aportar ideas para la configuración de un espacio propio para la filosofía de la educación, también se pronuncia a favor de esta postura:
“el ser humano es un ser histórico y por tanto, sus prácticas también lo son. La filosofía y la educación son prácticas históricas y consecuentemente también lo es la filosofía de la educación”[ii].
Este autor asimismo señala que esta historicidad significa que todo problema de filosofía de la educación se construye y varia de acuerdo con el contexto histórico, y que sólo en su historicidad pueden ser cabalmente traídas al presente las diversas filosofías de la educación, con lo cual puede subrayarse el carácter histórico de toda filosofía de la educación, incluso de aquellas que afirman la naturalidad y ahistoricidad del fenómeno educativo.
Por su parte, Cullen (1996)[iii], al concebir a la filosofía de la educación como parte de la filosofía práctica, argumenta que:
- Nuestro punto de partida es hoy y aquí. La condición de posibilidad para poder pensar es saber estar, despojándonos, desconstituirnos de todo aquello que el “afán por ser” nos exige y de todo aquello que el “mero acontecer” nos hace resignar.
- No estamos apelando a una duda metódica (que siempre presupone una certeza) ni estamos postulando la necesidad de la tabula rasa o el animal salvaje (que siempre suponen un desigual “lleno” de información o una desigual “riqueza” de las naciones)
- “no se trata de despojarnos de los saberes previos. Se trata de no ‘instalarnos’ en lo que ya somos, que es un producto complejo de identidades asignadas y de lucha por el reconocimiento. Se trata de saber estar con los nombres desnudos y con los sujetos desfondados, y, desde ahí –donde es posible reconocernos como ‘otros’- crear el mundo de vuelta” (inspirado en Kusch)
Si aceptamos el argumento de la filosofía como “pensar situado” cabría ahora reflexionar sobre el pensar situado dónde: ¿más allá de, más acá de, o en las culturas? Creemos haber analizado esta cuestión en el punto 1 sobre la crisis de la modernidad, y lamentamos que por razones de espacio no podamos ahora extendernos más al respecto.
b. Pensar la educación como desarrollo natural / pensar la educación como una práctica social discursiva.
Esta “tensión” la desarrollo en el artículo Pensamiento crítico y Pedagogía.
c. Pensar la práctica como acción instrumental eficiente / como acción moralmente informada y comprometida
En su intento de dar respuesta al interrogante “¿en qué consiste una práctica educativa”?, William Carr[iv]enuncia, desarrolla y hace la crítica de los argumentos centrales de tres formas de definir la “práctica” en relación con la teoría. Luego de mostrar que tanto el punto de vista que opone teoría y práctica como el que “ve” a la práctica dependiente de la teoría presentan ideas insuficientes acerca de la práctica educativa, se pregunta por una tercera posibilidad, es decir, si la teorización sobre la educación podría reducirse a una forma de práctica. Es entonces cuando analiza las afirmaciones de Gilbert Ryle acerca la autonomía de la práctica[v].[vi] .
Carr refuta a Ryle señalando que el concepto de “práctica”, al quedar equiparado con el “saber cómo” para ejecutar operaciones o técnicas, se utiliza en forma muy limitada y restringida, e introduciendo la cuestión ética, lo cual considero reviste una importancia fundamental para “entender” la educación:
“una característica definitoria de una práctica educativa es que constituye una actividad ética que se emprende para conseguir unos fines educativamente adecuados [...] estos fines no son “bienes” determinados de forma independiente con respecto a los cuales la práctica educativa sea un medio instrumental, sino que definen las reglas de conducta [...] los ‘principios de procedimiento’ que constituyen una práctica como una práctica educativa y justifican su descripción en tales términos”[vii]
En consecuencia, para desarrollar una práctica educativa el “saber cómo” hacer diversas cosas es necesario pero no suficiente: una práctica educativa debe informarse con principios éticos.
Pero estos principios éticos no son traducibles en un conjunto de reglas codificadas que puedan utilizarse para orientar la práctica, sino que
“el carácter educativo de cualquier práctica sólo puede hacerse inteligible referida a una disposición ética para proceder de acuerdo con una idea más o menos tácita de lo que es actuar de forma educativa”[viii].
Desde esta concepción, dice Carr, es que por ejemplo podemos, sin ser incoherentes, afirmar que ciertos métodos o formas de enseñanza -como los conductistas- son eficaces, ya que pueden desarrollarse de forma competente y acertada y sin embargo, negar que se traten de una práctica educativa, dado que son incompatibles con los principios éticos que deben informarla.
Cullen, por su parte, en todas sus obras destaca el carácter ético-político de la educación. Si bien su concepto lo desarrollaré más extensamente en el artículo Pensamiento crítico y Pedagogía quisiera adelantar el mismo con algunas de sus palabras que pueden dar cuenta de, parafraseando a Carr, una idea ‘menos’ tácita, es decir, más comprometida, de lo que es actuar de forma educativa:
“es injusto que la transmisión del saber y la producción de sujetos sociales del conocimiento no alcance a todos, y no alcance para que las necesarias relaciones entre desarrollo y socialización se pongan al servicio del bienestar de todos”.


[i] Carr, W. “¿En qué consiste una práctica educativa?” en Una teoría para la educación. Hacia una investigación educativa práctica. Madrid. Morata. 1996. pp 86-102
[ii] Kohan, W. “Filosofía de la Educación. Algunas perspectivas actuales” en Aula, Nº 8. Ediciones Universidad de Salamanca. 1996. pp. 141-151
[iii] Cullen, C. “Introducción” en Crítica de las razones de educar. Bs. As. Paidós. 1996. pp. 17-24
[iv] Carr, W. “¿En qué consiste una práctica educativa?” en Una teoría para la educación. Hacia una investigación educativa práctica. Madrid. Morata. 1996. pp 86-102
[v] Ryle, G. (1949) en Carr, W. op. cit. p. 90.
[vi] El argumento presenta las siguientes elaboraciones
- no es posible “saber que” algo es a menos que ya se “sepa como” hacer gran número de cosas,
- por lo que el “saber cómo” es un concepto lógicamente antecedente al de “saber que”,
- lo cual supone que “la práctica eficiente precede a la teoría de la misma”
y nos permite concluir en que la teorización en sí es una forma de práctica que requiere destreza, competencia y “saber cómo” de distintas clases.
[vii] Carr, W. op. cit. pp 90-91
[viii] Carr, W. op. cit. p.-91
A continuación intentaré elaborar tres argumentos que sostengan la siguiente afirmación: “Es el pensamiento crítico la herramienta teórica que nos permite dar cuenta de la complejidad del objeto de la pedagogía”. Pero antes considero imprescindible referirme a mis premisas o puntos de partida, los cuales son los siguientes:
- La filosofía de la educación comporta la especificación de un objeto de estudio particular –la educación– por parte de la filosofía[i].
- En este sentido, toda filosofía de la educación remite o presupone una manera de concebir la filosofía[ii].
- A efectos de clarificar conceptos, utilizaré cierta “clasificación” de las filosofías de la educación. En una primera aproximación, podemos encontrarnos con las filosofías naturalistas y con las históricas. En una segunda aproximación, las filosofías naturalistas pueden ser o bien metafísicas o bien positivistas y las históricas, o bien “ilustradas” o bien pragmáticas[iii] y [iv]
- El pensamiento crítico es otra de las maneras de concebir la filosofía, proponiendo analizar críticamente la presencia de la educación dispersa en las prácticas sociales con la esperanza de encontrar su poder productivo de subjetividad social que nos permita comprendernos,presuponiendo que esa presencia dispersa está determinada por “razones de educar” que legitiman razones sociales, políticas, económicas, culturales.[v].
- Aceptamos como punto de partida el llamado mundo moderno [vi]
- También aceptamos como punto de partida la llamada crisis de la modernidad misma, y nos colocamos en el medio del debate ante las posibles alternativas “posmodernas” [vii]
Primer Argumento: El objeto de la pedagogía es un objeto teórico complejo
- NO ESENCIALISMO, SÍ HISTORICIDAD: Estamos con los “nombres desnudos”: al no existir los nombres propios (los que correspondan “naturalmente” a las cosas), la cosa de educar no es una esencia o una idea arquetípica, sino una historia de complejas prácticas sociales
- NO OBJETIVIDAD, SÍ DISCURSIVIDAD: Estamos con la “racionalidad desfondada”[viii]La educación no tiene una razón única que defina su “objetividad”, sino que es una práctica social discursiva y en lasrazones de educar hay conflicto de interpretaciones, lucha por la hegemonía, imposiciones ideológicas, construcción de subjetividad y de realidad social.
- NORMATIVIDAD: La educación no sólo tiene que ver con la historicidad y con la discursividad, sino abiertamente con la con la ética y la política. Y entonces la mediación del conocimiento enseñado, entre desarrollo y socialización, es ella misma objeto de crítica: ¿cómo se legitima el conocimiento que educa?
Segundo argumento: El resto de los abordajes teóricos son parciales, no pueden dar cuenta de tal complejidad
- CRITICA DEL PENSAMIENTO PREMODERNO
- CRITICA DEL DOGMATISMO METAFÍSICO: Al no tener la educación un nombre propio que defina su “esencia”, no tiene sentido preguntar qué es la educación en lo esencial
- CRÍTICA DEL PENSAMIENTO MODERNO: Al no existir una razón única, no tiene sentido buscar la razón única de estas ciencias y de esta historia de la educación
- CRÍTICA DEL POSITIVISMO: Al no existir razones únicas, no tiene sentido preguntarnos qué es objetivamente la educación ni por sus leyes de progreso. El hecho de que no exista el nombre propio de la educación no quiere decir que se reduzca a un mero fenómeno natural (el desarrollo de las potencialidades) Esta es la tentación, dice Cullen, de todas las visiones de tipo positivista, que tienden a reducir la educación al fenómeno “natural” del aprendizaje o al “hecho” cultural de la socialización. Tratándose de educación, el positivismo no es una mera opción epistemológica sino claramente una toma de posición ético-política [ix]
- CRITICA DEL PRAGMATISMO: El hecho de que no exista la razón única de educar, no significa reducir el campo de la filosofía de la educación al mero análisis del “uso” de palabras “pedagógicas” en el lenguaje cotidiano, con la esperanza de encontrar su sentido pragmático (el que nos permite comunicarnos presuponiendo que a ese uso lo detemina una “forma de vida” y que llegados allí solo cabe la descripción.) La filosofía analítica alcanza para criticar el positivismo, pero es insuficiente para instaurar una crítica de las razones de educar. Reducir el campo a una mera acción cultural (la socialización de los individuos y de los grupos) es la tentación, continua Cullen, de los enfoques de tipo pragmatista de la educación, que tienden a confundir educación con el fenómeno “cultural” de la adaptación al grupo y de la inculturación. Tratándose de educación, el pragmatismo no es tampoco una mera opción epistemológica sino que es claramente una toma de posición ético-política[x]
Tercer argumento: El pensamiento crítico es una herramienta teórica: dialéctica, hermenéutica, ética-política
SÍ CRÍTICA Y RESISTENCIA: Podemos decir ahora, siguiendo a Cullen (2004), que la educación no es ni mero desarrollo, ni mera socialización, ni mera represión psicológica, ni mera reproducción legitimadora del aparato de poder, sino que
“La educación es un campo de mediaciones entre el desarrollo y la socialización, entre la naturaleza y la historia, entre el deseo y la ley, entre el poder crítico y el poder autoritario” [xi]
Por lo que las razones de educar son, en realidad, razones para justificar una práctica social, una acción humana, por lo cual podemos pensar la educación como un campo propio de la filosofía práctica donde:
- El pensamiento crítico se define como una racionalidad dialéctica que supone mediar las relaciones de teoría y práctica
- El pensamiento crítico también se define como una racionalidad hermenéutica que supone mediar la discursividad en que se expresa la dialéctica entre teoría y práctica
- En la educación hay un problema de legitimidad de lo que se enseña y de reconocimiento de los sujetos. Esto nos lleva al plano de la racionalidad estrictamente ética, como diferente de la mera moral (como mero “deber”) y de la mera dispersión del poder (como mero “cuidado de sí mismo”). Esta interpelación ética en sentido estricto supone experiencia y cuidado del otro en tanto otro. Por lo que El pensamiento crítico se define como una racionalidad ético política que supone mediar las comunidades interpretativas que se constituyen históricamente en la hermenéutica de la discursividad.
De tal forma, “Es el pensamiento crítico la herramienta teórica que nos permite dar cuenta de la complejidad del objeto de la pedagogía”.



[i] Kohan, W. “Filosofía de la Educación. Algunas perspectivas actuales” en AULA Nº 8. Ediciones Universidad de Salamanca. 1996. Pp. 141-151
[ii] Kohan, W. “Filosofía de la Educación. Algunas perspectivas actuales” en AULA Nº 8. Ediciones Universidad de Salamanca. 1996. Pp. 141-151
[iii] Cullen, C. “Racionalidad y Educación. Problemas teóricos y epistemológicos de la educación” en VVAA Filosofía, Cultura y racionalidad crítica. Bs. As. La Crujía. 2004. pp. 17-45
[iv] En el texto citado en la nota anterior Cullen realiza un análisis sobre las diversas concepciones sobre la educación.
Las concepciones naturalistas en su generalidad pretenden fundar las razones de educar en una racionalidad capaz de comprender la educación como un mero desarrollo de posibilidades, regido por leyes naturales. Su concepto central es el de cambio natural, o movimiento de un estado a otro (de no educado/menos educado a educado/más educado), que se produce en los individuos por causas que obedecen a leyes que rigen todos los fenómenos naturales. Dentro de estas concepciones encontramos las metafísicas y las positivistas.
Las metafísicas entienden la educación como un proceso de realización de las potencialidades que la naturaleza esencial (que pertenece al orden del trasmundo, no sujeta a los avatares y a las contingencias de lo que ocurre en el espacio y en el tiempo) le asigna al hombre. La educación es un cambio o movimiento natural fundado en una inteligibilidad esencial, que pertenece al orden del mundo de las ideas, esencias, de lo que mueve sin ser movido (principio de la naturaleza misma), que lo debe determinar más allá del mismo cambio.
Las positivistas, también entienden a la educación fundada en la naturaleza de los hechos, pero ahora comprendida desde una pretendida experiencia racional o científica. Se tienen en cuenta sólo los fenómenos naturales, es decir, aquellos que pueden ser explicados por las leyes que rigen la naturaleza en general y la naturaleza de los procesos de socialización por el conocimiento en particular. La educación es entonces una mera disciplina normalizadora del uso de la inteligencia
La concepciones históricas en su generalidad aparecen como críticas a las concepciones naturalistas y pretenden fundar las razones de educar en unaracionalidad capaz de comprender la educación como una práctica histórica, mediada por las acciones sociales. Su concepto central es el deconstrucción histórico social de una subjetividad por otra (de un sujeto educado por otro, antes que educado o más educado) que se produce en los diversos grupos sociales por un complejo de causas y motivos que rigen las diversas formaciones ideológico-discursivas que atraviesan las prácticas históricas. Dentro de estas concepciones encontramos las ilustradas y las prágmáticas.
Para la racionalidad ilustrada –que desarrollamos con más profundidad en el punto 1-, la educación es una cuestión de Estado, ya que trata laconformación de sujetos políticos, aptos para la vida en democracia y económicos, aptos para el trabajo de mercado.
Para la racionalidad prágmática, la educación es una cuestión de “sociedad civil”, ya que trata la formación de sujetos sociales aptos para:vivirdemocráticamente las relaciones cotidianas y construir desde si mismos su propio progreso económico y cultural. La educación se concibe como una práctica social democratizadora, condicionada por espacio y tiempo (historia concreta)
[v] Este camino se coloca en las huellas de Freire, Bourdieu-Passeron, Establet, Snyder, Foucault, Giroux, Bernstein, Apple, McLaren
[vi] Cullen, C. “Introducción” en Crítica de las razones de educar. Bs. As. Paidós. 1996. pp. 17-24
[vii] Cullen, C. “Introducción” en Crítica de las razones de educar. Bs. As. Paidós. 1996. pp. 17-24
[viii] Si bien no argumentaré aquí en este sentido, considero que también cabría referirnos al psicoanálisis iniciado por Freud y su reconocimiento de un sujeto irracional
[ix] Al respecto, Cullen dice:
“No es lo mismo el positivismo progresista, en historia de la educación, que fue crítico del dogmatismo metafísico, que el positivismo reaccionario en los tiempos que corren, que en nombre de la evidencia de los hechos pretende obturar todo pensamiento crítico en el campo educativo.”
[x] Al respecto, Cullen dice:
“No es lo mismo el pragmatismo democratizador, en la historia de la educación, que reaccionó frente a la soberbia iluminista del enciclopedismo elitista, que el actual pragmatismo neoconservador que, en nombre del fin de las ideologías y de las utopías, pretende legitimar y profundizar una clara segmentación y una política de marginación y exclusión”
[xi] Cullen, C. “Racionalidad y Educación. Problemas teóricos y epistemológicos de la educación” en VVAA Filosofía, Cultura y racionalidad crítica. Bs. As. La Crujía. 2004. pp. 17-45

Aportes del pensamiento reflexivo de John Dewey para la educación en la sociedad de alta complejidad

Reflexión Académica en Diseño y Comunicación NºXVI

Reflexión Académica en Diseño y Comunicación NºXVI [ISSN: 1668-1673]

XIX Jornadas de Reflexión Académica en Diseño y Comunicación 2011

Año XII, Vol. 16, Agosto 2011, Buenos Aires, Argentina | 200 páginas

Plate, Ellen

El conocimiento no es algo separado y que se baste a sí    mismo, sino que está envuelto en el proceso por el cualla vida se sostiene y se desenvuelve. John Dewey
El propósito de este artículo es demostrar que las ideas esenciales de la filosofía pedagógica de John Dewey,
pueden aportar mejoras en la práctica educativa de la sociedad actual.
Durante la primera mitad del siglo XX, John Dewey (1859-1952) ha sido sin duda, el filósofo y pedagogo
norteamericano que contribuyó significativamente en el desarrollo de un nuevo sistema educativo. Como filósofo,
fue uno de los representantes más destacados del pragmatismo1. Conjuntamente con Estados Unidos,
Italia y Japón fueron los países en donde sus innovadoras investigaciones filosóficas y pedagógicas tuvieron
mayor repercusión.
Su obra, que contiene valores morales, sociales y psicológicos, trascendió notablemente en el campo de la
educación2. Su pensamiento filosófico se basó en la convicción moral de que “democracia es libertad”; y esta
argumentación filosófica, y su compromiso práctico con la democracia, se evidenciaron en su carrera como renovador
de la educación.
El pensamiento de John Dewey tuvo un paso progresivo del idealismo al pragmatismo. Fundamentándose
en una psicología funcional e influida por el naturalista Charles Darwin y el pensamiento pragmático de
William James3, elaboró una teoría del conocimiento que cuestionó la tradicional disensión entre el pensamiento
y la acción. Dewey sostuvo que el pensamiento debía cumplir un papel instrumental, mediador y evolucionista para servir a los intereses y al bienestar de los individuos. Es así que se esforzó en demostrar, cómo las ideas filosóficas podían actuar y adaptarse aque las concepciones mentales debían entenderse como etapas del comportamiento del individuo que las genera.
En su teoría del conocimiento afirmó enfáticamente la “necesidad de comprobar el pensamiento por medio
de la acción si se quiere que éste se convierta en conocimiento”.
Si bien John Dewey reconoció la importante visión del naturalismo pedagógico de Rousseau, expresó que los
fines de la educación se originan en el medio social y que no provienen del mero desarrollo de la naturaleza.
De este modo, y en oposición a los acostumbrados métodos educativos de su época, Dewey propuso que el
aprendizaje se llevara a cabo realizando diversas actividades, en lugar de utilizar únicamente, los tradicionales
contenidos curriculares. Dewey no desestimó que el conocimiento fuese el elemento primordial en todo proceso
educativo, pero sostuvo que era preciso que éste, se complementase con procederes a través de los cuales se
realiza ese proceso.
Para su práctica pedagógica, Dewey planteó que al igual que otros conocimientos, los contenidos de estudio eran
el fruto de los esfuerzos del hombre por solucionar los problemas que su propia experiencia le trazaba. Y es
con estas propuestas educativas, que promulgó una ruptura con la pedagogía tradicional.
A su vez, y con igual firmeza sostuvo que lo característico de una educación democrática, era la comunicación
entendida como un proceso de compartir experiencias y, que ésta práctica participativa, promulgaba la interacción
dialoguista y dialéctica.
El “método del problema” formulado por Dewey, consiste en un proceso continuado mediante el cual se
establece que el aprendizaje, debe ser una actividad de investigación, ejercitada por grupos de educandos
tutelados y orientados por el educador. Para Dewey, el método de aprendizaje derivaba de la investigación
científica y, basándose en esta creencia, propuso su metodología educativa formulada en cinco fases:
1. Consideración de alguna experiencia actual y real del niño.
2. Identificación de algún problema o dificultad suscitados a partir de esa experiencia.
3. Inspección de datos disponibles, así como búsqueda de soluciones viables.
4. Formulación de la hipótesis de solución.
5. Comprobación de la hipótesis por la acción.
Es ilustrativa del pensamiento educativo de Dewey la última fase: “comprobación de la hipótesis por la acción,
porque siguiendo el enfoque pragmatista, la práctica es la prueba del valor de la reflexión hecha por el alumno con el objeto de resolver el problema”.
ReflexionesA casi sesenta años de la actuación de John Dewey, es
posible manifestar que sus ideas filosóficas y pedagógicas
son aplicables en el mejoramiento del sistema educativo
actual.
La sociedad de alta complejidad se caracteriza por la
rapidez con que se producen los cambios. En esta realidad,
la tarea pedagógica se desarrolla en un contexto
dinámico y variable. Precisamente en este escenario,
será valioso que el educador genere enseñanzas reflexivas
y continuas, nutridas por las nuevas fuentes
de información y de conocimiento que esta sociedad
dispone.
Si para Dewey el quehacer del docente era crear las
condiciones necesarias para estimular y desarrollar las
facultades activas de los alumnos, con mayor razón se
requiere que el educador de hoy posea un perfil abierto
y flexible, que conlleve al mejoramiento de su práctica.
Si se parte de la convicción que en la sociedad áulica
se enseña y se aprende, la labor educativa debe estar en
conformidad con las necesidades y desafíos que plantean
los nuevos paradigmas. Para promover cambios
favorables en la enseñanza, es menester que el docente
actualice continuamente sus conocimientos, con el sólo
propósito de optimizar sus funciones formativas. Cuando
John Dewey formuló su “método del problema”, debió
admitir que en la práctica, gran parte de los docentes
no estaban formados en los conocimientos teóricos
y prácticos de la filosofía pedagógica que él planteaba.
Para concluir estas reflexiones, se entiende que toda
innovación produce cambios en las interacciones de
enseñanza-aprendizaje, como también propicia una reestructuración
en el comportamiento de la convivencia
áulica. En medio de estas nuevas interrelaciones, el docente
debe saber evaluar el criterio del alumno, sin por
eso perder su autoridad y liderazgo. Cuando Dewey se
refiere a la libertad no apunta a la falta de autoridad,
sino a la independencia como una realidad que permite
a las personas expresar sus ideas. De este modo, el estudiante
dejará de ser pasivo en la recepción de conocimientos
y sabrá asumir con responsabilidad su propia
formación intelectual. Para que estas interacciones sucedan
en la enseñanza-aprendizaje, es menester que a la
comunidad áulica le concierna y se corresponda con las
acciones y características de la sociedad externa.
Notas1 El pragmatismo es una escuela filosófica que se origina
en los Estados Unidos a finales del siglo XIX. La palabra
pragmatismo proviene del vocablo griego praxis que
significa acción. El pragmatismo no es propiamente una
teoría filosófica, sino un “modo de pensar”, en el que
tienen cabida distintas teorías que pueden ser aplicadas
a diferentes disciplinas. El pragmatismo es también
considerado como una teoría del ser humano vista desde
su función cognoscitiva.
2 The school and society (1899) (La escuela y la sociedad),
How we think (1910) (Cómo pensamos), Democracy
and education (1916) (Democracia y educación) y
Experience and education (1938) (Experiencia y educación).
Las obras completas de John Dewey se publicaron
en treinta y siete volúmenes con el título de Collected
works of John Dewey (Carbondale, Southern Illinois
Universiry Press, 1967- 1992).
3 William James (1842-1910), filósofo estadounidense y
profesor de filosofía de la Universidad de Harvard. Influyente
representante de la escuela filosófica pragmática
de Estados Unidos. Su pensamiento se corresponde
con la doctrina que él mismo llamó empirismo radical.
Se lo considera el fundador de la “Psicología de la religión”.
El criterio pragmático de William James llevado
al campo de las ideas, apareció puntualizado como una
confirmación de “verdad” filosófica en su obra: Pragmatismo
los acontecimientos y a las necesidades concretas de la vida cotidiana. Por estas razones aseveró con firmeza,

(1907).

Referencias bibliográficas
- Robert B. Westbrook: John Dewey (1859-1952) (París,
UNESCO: Oficina - Internacional de Educación), vol.
XXIII, nº 05, 1-2, 1993, págs. 289-305. ©UNESCO: Oficina
Internacional de Educación, 1999.
- Paciano Fermoso Estébanez, Catedrático de la Universidad
Autónoma de Barcelona y pionero en el campo de
la sociología de la educación.
- José Antonio Serrano Castañeda: Una vuelta a los orígenes
de la práctica reflexiva en educación.

martes, 14 de abril de 2015


La escuela en tiempos de crisis de la modernidad

César Tello[1]
 
"es siempre en un momento crítico de la historia cuando emergen e insisten la cuestión de la transmisión y la necesidad de darse una representación de ella: en el momento en que, entre las generaciones, se instaura la incertidumbre sobre los vínculos, los valores, los saberes a transmitir, sobre los destinatarios de la herencia".
René Kaes, 1996: 29

Presentación

Debemos considerar que asistimos a un momento sin precedentes en la historia de la educación en lo que respecta a la Institución escolar. Se trata de la crisis estructural[2] de la escuela, gestada en y para la modernidad. Este tipo de crisis se presentan de modo singular según los tiempos y las variables socio-políticas en las que tienen lugar. Podríamos mencionar como características particulares de la crisis actual tres razones medulares: la desinstitucionalización, transicionalidad cultural y fragmentación social. Estas cuestiones son las que generan dislocamiento y desfasaje si consideramos que la escuela fue gestada en un período particular de la historia para responder a determinadas demandas de la sociedad, y el tiempo actual <ya no es aquel>. Desde esta perspectiva y tomando la afirmación de Kaes nos encontramos con un interrogante de fundamento, el referido a la cuestión delsentido de la escuela:
¿Qué sentido tiene la escuela hoy? o ¿Qué sentido le podemos otorgar a la escuela actual?
Con estas preguntas intentaremos analizar el sentido de la escuela moderna, y el de la realidad actual <en esto> que ya no es la modernidad. Será necesario entonces revisar aquellos postulados que dieron origen a la modernidad y de modo concatenado realizar una breve descripción de la forma en que se cristalizó en el contexto argentino; con este recorrido ingresaremos a la realidad actual pero sin dejar de remitirnos al contrato fundacional, señalando algunos trazos significativos y efectuando un paralelismo entre liberalismo y neoliberalismo, dado que son los marcos estatales en los que habita la escuela, con determinado sentido en el primer caso y en el segundo, examinando el presente de la institución escolar.


I. El sentido de la escuela <moderna>

 
“La escuela está en el centro de los ideales de justicia, igualdad y distribución del proyecto moderno de sociedad y política. No sólo resume esos principios, propósitos e impulsos; ella es la institución encargada de transmitirlos, de generalizarlos, de hacer que se tornen parte del sentido común y de la sensibilidad popular. La escuela pública se confunde, así, con el propio proyecto de la Modernidad. Es la institución moderna por excelencia.”
Tomaz Tadeuz da Silva, 1997: 273

El paso hacia la modernidad…Thomas Hobbes

Hobbes es considerado por algunos analistas como el primer teorizador del Estado liberal. Dado el nuevo entono y transformación que sus postulados dieron a la época lo tomaremos como referente para describir, a grandes rasgos, el paso hacia la modernidad y el impacto que esto provocó en las ideas de la ilustración que se manifestaron, entre otras, en la creación de los sistemas educativos modernos. Particularmente consideramos relevante la postura del filósofo ya que fue quien mayor influencia tuvo en la génesis histórica del Estado argentino y su despliegue sobre la escuela que con posterioridad se proyecta en las ideas de la Escuela Normal de Paraná.
Si bien el pensamiento de Hobbes es el de un filósofo abarcador más que el de un científico especializado, su importancia radica en haber sentado las bases para el estudio racional del hombre y de las cuestiones sociales, como así también puede decirse que la sociedad comenzó a ser observada con criterio científico a partir de su análisis teórico. Sus aportes son fundamentales para el desarrollo posterior de las disciplinas sociales ya que consideraba que del mismo modo como se habían desarrollado exitosamente las ciencias exactas también podrían desarrollarse las morales. Éstas sólo alcanzarían la verdad en la medida en que siguieran el modelo de la fisico-matemática. Hobbes hacía “tábula rasa” con buena parte del pensamiento social anterior, especialmente con las ideas aristotélicas.
Cabe señalar que fue uno de los precursores del racionalismo aplicado al pensamiento social y una de las figuras clave de la filosofía naturalista vigente en los siglos XVII y XVIII, sosteniendo que era posible la ética y la política como dimensiones inmutables y naturales que generarían valores universales con criterios de verdad inalterable, producto del progreso de la razón (racionalismo). De este modo las sociedades podrían regirse por legislaciones universales, para esto es necesario –según Hobbes- considerar tres principios básicos para elaborar una teoría del Estado:
1)Los integrantes de una sociedad saben por experiencia que los hombres desconfían naturalmente los unos de los otros y en consecuencia están dispuestos a perjudicarse recíprocamente.
2)El hombre tiende por instinto natural a conservar su propia vida o para decirlo mejor a evitar la muerte, le teme especialmente a la muerte violenta.
3)Por último, todos los hombres son seres racionales y capaces de darse cuenta que la guerra depende del derecho ilimitado; sólo renunciando a tal ilimitado derecho puede ser evitada.
De estos puntos nodales derivan dos categorías centrales de su teoría: Estado de Naturaleza y Estado Social. En el primero es donde se da la lucha de todos contra todos, es el estado que precede a la organización de cualquier sociedad constituida y en la cual el hombre obra siguiendo exclusivamente sus propias inclinaciones naturales. En esta situación los hombres compiten por la supervivencia.
 
“…Y dado que la condición del hombre es condición de guerra de todos contra todos, en la que cada cual es gobernado por su propia razón, sin que haya nada que pueda servirle de ayuda para preservar su vida contra sus enemigos, se sigue que en una tal condición todo hombre tiene derecho a todo, incluso al cuerpo de los demás. Y, por tanto, mientras persista este derecho natural de todo hombre a toda cosa no puede haber seguridad para hombre alguno (por muy fuerte o sabio que sea) de vivir todo el tiempo que la naturaleza concede ordinariamente a los hombres para vivir.” (Hobbes, 1984: Cap. XIV )
 
Por lo tanto, a través del principio de racionalidad y para que el hombre no se convierta en un lobo para el hombre, los sujetos delegan el poder en una institución política: el Estado Social, que se convertiría en garante de la paz. Debemos entender, desde la postura de Hobbes, que el sujeto en estado de naturaleza es irracional y por lo tanto ataca para defenderse, en el sentido de Geneyro (2006), para Hobbes el ser humano es un ser deseante y dejando <en libertad> esa fuerza deseante es imposible la convivencia social.
 
“…Y, por lo tanto, si dos hombres cualesquiera desean la misma cosa, que, sin embargo, no pueden ambos gozar, devienen enemigos; y en su camino hacia su fin (que es principalmente su propia conservación, y a veces sólo su delectación) se esfuerzan mutuamente en destruirse o subyugarse. Y viene así a ocurrir que, allí donde un invasor no tiene otra cosa que temer que el simple poder de otro hombre, si alguien planta, siembra, construye, o posee asiento adecuado, pueda esperarse de otros que vengan probablemente preparados con fuerzas unidas para desposeerle y privarle no sólo del fruto de su trabajo, sino también de su vida, o libertad. Y el invasor a su vez se encuentra en el mismo peligro frente a un tercero.”(Hobbes, 1984:Cap. XIII)
 
En este sentido Hobbes plantea que no existe el Estado naturalmente sino por convención, justamente porque satisface una exigencia elemental del hombre, los hombres mismos son quienes lo desean y le dan vida con un acuerdo recíproco. Sólo el miedo a la muerte mueve al hombre a renunciar a los honores y ventajas del estado natural y reducirse al estado civil o social.
El contrato que da origen al Estado moderno (Estado civil o social) es un acuerdo mediante el cual un cierto número de individuos establecen entre ellos la renuncia a aquel derecho ilimitado y potencial sobre todas las cosas que les corresponden en el estado de naturaleza.
La convención que existe en la base del Estado no es, como imaginan los contractualistas de tendencia democrática, un contrato del cual pueden los súbditos liberarse cuando el soberano no cumple con las obligaciones asumidas, sino por el contrario, un contrato de los súbditos entre sí, contraído con la finalidad de renunciar a los propios derechos a favor de un tercero.
En este clima de ideas y junto al marco de las situaciones político -económico- sociales del siglo XVIII y XIX se libera la mirada acerca del origen sobrenatural y se la coloca en las actividades humanas. La ilustración intentará reemplazar lo sobrenatural por lo natural, la religión por la ciencia, y creerá fervientemente en la perfectibilidad del hombre.
En este contexto, debemos comprender que la escuela surge como un esfuerzo deliberado del incipiente Estado-Nación de mediados del siglo XIX. Es en las ideas de la ilustración desde el Estado Social y los postulados modernos que se encuentran los aspectos subyacentes de la extensión de la enseñanza de masas y la necesidad de la institucionalización de la escuela, Ramírez y Boli (1999) fundamentan este postulado en cuatro puntos:
1) El individuo: en el siglo XIX se transformó en la unidad principal de acción y en la fuente fundamental de valor dentro de la sociedad (giro del theocentrismo al antropocentrismo).
2) La vitalidad nacional: conformada por los miembros de la sociedad requería de la revitalización del individuo.
3) La socialización de la infancia como clave para alcanzar la condición de adulto: la maleabilidad del individuo niño y la viabilidad de la intervención explícita en el desarrollo del niño, aludiendo al descubrimiento de la teoría de la socialización en el siglo XVIII.
4) El Estado como protector de la nación y garante del progreso: con la idea deprogreso se esperaba que los sistemas de educación de masas no sólo preservaran el orden social sino también que crearan la nueva sociedad nacional.
Teniendo en cuenta estos puntos debemos considerar que el sistema universal de educación pública llegó a ser la estrategia más popular en el proceso de construcción de la nación, desarrollo de la ciudadanía y en la homogeneización de las masas.
Desde la perspectiva de la modernidad se esperaba que el paso por el sistema educativo desarrolle las capacidades generales que conformen a ese sujeto en un ciudadano capaz de vivir en una sociedad y de ese modo “estar listo” para incursionar en el mundo del trabajo, constituir una familia y en algunos casos, iniciar los estudios superiores.
La escuela pues, se convertiría en la encargada de la transmisión de la cultura general: la transmisión cultural era la de una “determinada cultura”, dado que como es imaginable por lo expresado anteriormente, en la modernidad los saberes socialmente válidos eran aquellos que poseían carácter de cientificidad, y esta transmisión cultural era la necesaria para convertir, en el caso argentino, al sujeto aluvional en ciudadano nacional.
Los Estados se comprometieron a sancionar, financiar y gestionar la educación de masas como parte de un esfuerzo para construir una política nacional unificada, y aspirar a que los individuos descubrieran su identificación primaria con la nación, de esta forma el Estado se vería reforzado con la participación universal de los ciudadanos en proyectos nacionales. A este direccionamiento de los estados por establecer determinada cultura debemos sumar los intereses particulares, aunque con dudosa intencionalidad en Argentina, contribuyeron a la consolidación del sistema educativo.

II. El Estado (neo) liberal argentino

Estado y poder

El modelo establecido a fines del siglo XIX, reconocido en Argentina como liberal oligárquico, asentó como principal característica la de constituirse con la fuerza de un gobierno central y así logró imponerse con el control del espacio social y territorial. La centralización del poder político no hubiera sido posible sin el recurso de una fuerza militar y, en varios casos, a través de alianzas con los caudillos que tenían bajo su poder los circuitos económicos que durante décadas habían dominado. La potestad de este nuevo modelo de Estado contribuyó a la formación de un mercado nacional, unificando el espacio interior para integrarlo a la economía internacional.
Una de las características distintivas del Estado Liberal que se dio en la modernidad, como hemos mencionado, es el progresivo avance del proceso de secularización, a través del cual la sociedad dejó de percibirse como un todo articulado en un fundamento trascendente-divino-theocéntrico, para concebirse como un Estado autónomo e independiente del tradicional vínculo con la Iglesia Católica.
Ahora bien, en la década de 1990 el Estado lleva a cabo nuevamente un proceso desecularización, pero en esta ocasión en un sentido inverso a 1880 (Tello; Vazelle, 2004: 8). Decimos inverso porque en lugar de centralizar sobre sí el poder, opta por su contrario: delegar en manos de los organismos internacionales sus responsabilidades, que como agentes de poder comienzan a modificar el rol del Estado, configurado en este contexto por los dictámenes de la ideología neoliberal y produciéndose la estrechez estatal.
La conformación del sistema educativo moderno en Argentina, se inscribió en un contexto de fuerte impronta político- institucional, en el cual el Estado utilizó mecanismos y estrategias de inculcación ideológica basadas en una arbitraria pseudodemocratización. Haciendo tomar conciencia al conjunto social que la educación era un derecho intransferible e inalienable; así, la escuela se constituiría en dispositivo integrador, homogeneizador y suturador de las desigualdades sociales, formando a los futuros ciudadanos del surgente Estado.
En consecuencia nos encontramos en Argentina específicamente en la década de 1880 con lo que Sarmiento dio en llamar la Educación Popular (1900: 173) que formó parte del proceso de la constitución del Estado Nacional y que por un centenar de años tuvo el basamento en la Ley 1420, Ley de Educación Común –promulgada en 1884-, que prescribió la obligación estatal de brindar educación a todos los habitantes del territorio argentino, con una relato propio: educar al soberano.
Por otro lado, los organismos internacionales impulsaron el discurso de Educación Para Todos[3] durante la década de 1990, teñida de una fuerte raigambre neoliberal que en el caso argentino quedó plasmado en la Ley 24195, Ley Federal de Educación –promulgada en 1993-, en la que las nuevas políticas educativas llevadas a cabo en Argentina y Latinoamérica, desplegaron relatos políticos de inclusión escolar, observándose su opuesto en la realidad institucional[4].

¿Democracias?

Hacia 1880, el sistema político se caracterizó por la constitución de un régimen de partidos de notables (la conformación de la oligarquía), con fuertes restricciones en la participación, en tanto se limitaba el acceso a la mayoría (Botana, 1998). Se trató de un modelo de amplias libertades civiles y acotadas libertades políticas.
Debemos considerar que, en este período la preocupación fundamental del Estado giraba en torno a la necesidad de construir en la población el sentido de pertenencia nacional, en cuanto a comunidad de destino, con la intención de articularla con una democracia restringida en el caso de 1880 o débil como plantea Garretón (1999) para el neoliberalismo en la década de 1990.
En ambos casos el Estado es el que intenta mutilar la participación política; el estado liberal lo hace deliberadamente y el Estado de 1990 impregnado por la lógica neoliberal lo hace manipulando simbólica y materialmente a los sujetos sociales.
El proceso de la globalización, en términos de Bourdieu (1999) denominado como “el mito de la mundialización” produjo el discurso que esto es así y nada se puede cambiar, legitimando como “inevitable” el avance del neoliberalismo y diluyendo los límites de los mercados nacionales, generando en consecuencia una internacionalización de los mismos.
Así nos encontramos con un espacio educativo cuyo escenario no es una experiencia común. Tornándose problemático en contextos de cambios culturales que se presentan como acelerados y traumáticos. Estos cambios redundan en realidades educativas cada vez más segmentadas, fragmentadas y desiguales que también tienen impacto en la conformación de las identidades de profesores y alumnos, que no pueden “leerse” a partir de un lugar común como espacio instituido con un soporte subjetivo, esto es con sentido de continuidad de la experiencia que organiza la vida psíquica. La subjetividad puede remodelarse o revisarse, pero sin ese sentimiento de continuidad sería difícil tener algún tipo de organización.
La conformación de la escolaridad pública en Argentina imprimió su carácter de homogeneización social a la cultura aluvional, que se revirtió con el paso de los años en la expansión del sistema educativo con una impronta cultural común a la sociedad. Ahora bien, en la actualidad, la carencia de soporte subjetivo de la Institución escolar hace difícil pensar el papel de la educación pública como generadora de una identidad cultural común.
Próximos a las notas de análisis debemos comprender que la subjetividad no posee sólo un anclaje psicoanalítico como planteamos en las líneas anteriores, también se puede desplegar desde la filosofía, en nuestro caso, desde la filosofía de la educación convirtiéndose así en una guía para descubrir el origen de los sentidos que los sujetos producen históricamente para responder a las preguntas: ¿Qué somos? ¿Qué necesitamos? ¿Qué queremos? ¿Qué podemos ser?

III. Notas de análisis

El sin - sentido de la escuela <en esto> que ya no es la modernidad.

Ahora bien, en la Argentina de la Modernidad una de sus principales características fue el auge de la autoridad y poder del Estado nacional conjuntamente con la rápida extensión de los derechos civiles, políticos y sociales de los individuos. El Estado nacional y los individuos son entidades institucionalizadas dentro de la cultura vinculados por medio de la institución de la nacionalidad. Este planteo presupone un institucionalizado y ampliado sistema de educación pública[5].
Sin duda que debemos posicionarnos en el contexto actual, como contexto transicional: modernidad y <esto que ya no es>, esta es la cuestión que debemos asumir como educadores: es otro el tiempo que habitamos.
 
“Porque no sólo se trata de una época de grandes cambios, sino de un cambio de época, donde lo viejo se derrumba y lo nuevo no alcanza a aparecer, lo cual tiñe la existencia por el malestar y la incertidumbre. Las certezas conquistadas por la Modernidad son socavadas por la turbulencias de los cambios que desnudan las limitaciones de la comprensión humana para entender lo que está sucediendo así como avizorar las tendencias a futuro” (García Delgado, 1998: 25)
 
En eso consiste… en que los que actualmente habitamos la sociedad, la escuela, las instituciones somos partícipes o espectadores de este tiempo de cambio social, político y económico. Por esta razón es muy difícil responder al sentido actual de la escuela, porque el sentido se desconfiguró.
La transmisión de la cultura, como decisión política, comienza a fraguar cuando se percibe que el formato escolar moderno se ha consumido. A tal punto que Guillermina Tiramonti (2003) pregunta “¿se puede hablar de sistema educativo argentino en la actualidad?” El mismo requiere de ciertas características: significación social de los procesos de transmisión cultural y cierta correlación entre la cultura escolar y la cultura social.

Sentido[s]…

Desde el título de este trabajo venimos insistiendo con un término que consideramos clave, a tal punto que está presente en el interrogante inicial: el sentido de la escuela.
El diccionario ofrece entre varias acepciones, la siguiente, y es la que consideramos pertinente a los efectos de la propuesta: Sentido, “Finalidad o razón de ser: este texto absurdo carece de sentido” (Larrouse, 2005)
De este modo tenemos como desafío analizar la escuela como texto cuya finalidad o razón de ser, en la actualidad, está muy cerca de ser un texto absurdo.
Si la escuela está en estas condiciones, nos permitimos la pregunta ¿cuál es su finalidad?
Tiramonti G. advierte “es claro que habitamos un espacio de derrumbe de las certezas conceptuales, de los mitos identitarios de la nación y de las instituciones con las que se tejió el entramado de la sociedad moderna” (2004:11)
Esta advertencia y según lo que hemos mencionado en la presentación de esta propuesta respecto a la institución escolar (desintitucionalización, transicionalidad y fragmentación) nos ubica muy cerca del quiebre de la finalidad.
En este trabajo proponemos una mirada, una perspectiva; consiste en encontrar,buscarsentir las ráfagas de sentido, que en principio no nos conducirá a la razón de ser –como planteaba nuestra definición del diccionario- pero en la simultaneidad de ráfagas de sentido, en la conjunción y en el debate como camino, y con la paciencia que no es propia de la cultura de lo instantáneo del tiempo actual, los educadores podremos buscar y nombrar estas ráfagas que seguramente se posicionaran ante nosotros como aires novedosos.
Es importante considerar el otro polo de búsqueda de sentido en la cultura fast, y consiste erróneamente en que el sentido para convertirse en tal, debe inscribirse o instalarse en la cultura institucional. Ahora bien, si intentamos instalar dispositivos de sentido ¿no estaremos instituyendo dispositivos (como los de la modernidad) que fueron apropiados para determinado contexto social, histórico y político pero quedan anacrónicos precisamente por su “carácter instalador” o como afirma Cristina Corea: “de lo que viene durando sin producir efecto alguno”? (2004: 34)
Será necesario para darle sentido a las experiencias y la forma de habitar las experiencias educativas, pensar en nuevos marcos teóricos con una flexibilidad tal que la incertidumbre se conforme como principio para construir teorías en contexto que devengan en teorías capaces de construir horizontes.
Por tanto el sentido de la escuela tiene que ser permanentemente pensado porque el entorno y las situaciones que habitamos son permanentemente fluctuantes, al menos por ahora, dado el tiempo de metamorfosis social y confusión. Debemos considerar que esta elucubración no invita a la inmutabilidad “esperando que pase la transición”. Por el contrario se requiere de una actitud cuyas estrategias se desplieguen desde la filosofía de la educación ya que es necesario examinar los lugares que se habitan para pensar las categorías que siguen nombrando cosas que ya no son. Pero, si por un momento hacemos el esfuerzo de des-habitar y des-componer el tiempo quizá comencemos a encontrarnos con elementos complejos que sin duda se hilvanan a los fenómenos que intentamos analizar. Es decir, no se puede como se pretendía en la modernidad analizar las partes, porque las partes no existen sino por el propio fenómeno y es así como esas partes no podrían constituir otro fenómeno, esas partes, no se pueden generalizar ya que se constituyen en tanto fenómenos sociales, siempre nuevos.
Aquí hacemos referencia a los fenómenos educativos y particularmente al modo en que se habita; habitar hoy la institución escolar es afrontar la responsabilidad de la transmisión cultural, de la transmisión del conocimiento. Por tanto el esfuerzo consiste en ir más allá del sentido otorgado e inculcado en el imaginario individual o colectivo de los paradigmas que sustentaban la modernidad.

La Escuela actual: ¿fatalidad y pesimismo?

Ahora bien, es necesario comprender como hacíamos referencia en líneas anteriores el carácter desinstitucionalizado de la escuela, donde el habitar se vuelve confuso, dado que habitar la escuela como adultos –en el rol docente- no consiste sólo en la transmisión de la cultura[6]. Sin duda que la historia de la educación argentina nos muestra huellas en las cuales nunca sólo ha sido una institución de transmisión cultural en tanto cultura en la perspectiva de Kusch (1978: 14). Sino que dado su mecanismo como aparato ideológico del Estado o de las esferas dominantes podemos afirmar que existió en la transmisión de la cultura desde la escuela, objetivos particulares tales como “propagandeo” (gobiernos populistas), “discursos modelizantes” (el higienismo) “inculcación ideológica-religiosa” (la década infame) entre otros.
La escuela ha desfigurado su función, los mismos adultos, quizá por los tiempos que vivimos, confunden la función de la escuela.
 
“los padres piden mejorar la calidad del aprendizaje en las escuelas”cómo así también “le reclaman ayuda social, apoyo afectivo y contención a la familia” (Diario Clarín, 21 de marzo de 2004).
 
Los trazos de desconfiguración histórica parecen re-aparecer con nuevos matices, a decir de G. Tiramonti, cuando plantea para los tiempos actuales que:
“los sanitaristas piensan que (la escuela) es el espacio más adecuado para vehiculizar una política sanitaria; los que vienen de desarrollo social o plantean políticas compensatorias piensan que la escuela es el lugar desde el cual se puede vehiculizar una política de compensación social; un tributarista plantea que la ciudadanía tributaria se debe desarrollar a partir del espacio escolar” (2003: 4), y así podríamos seguir con varios ejemplos. La dificultad que encontramos es que estas cuestiones, que teniendo en cuenta la historia de la educación no serían tan novedosas, desconfiguran de modo pronunciado el sentido de la escuela actual.
Por esto es necesario, como suele hacerse en momentos de crisis, recurrir a la filosofía de la educación. Pero creo oportuno considerar que la misma historia nos ha enseñado que la filosofía de la educación no puede ser aquella “de la que se hecha mano” en momentos difíciles, sino más bien una actitud para pensar la escuela.
Dado que el debate que intentamos desplegar en este trabajo intenta recomponer los fundamentos y sentidos de la educación es necesario recurrir a la filosofía de la educación entendida como aquella que nos interpela y provoca el pensamiento. El saber filosófico se presenta como el marco teórico apropiado para ahondar en los fundamentos de la educación, en tanto permite la indagación del por qué,facilitando el acceso a un modo de pensamiento lógico-reflexivo que no admite dogmatismos sino la construcción de nuevas conceptualizaciones, modelos y marcos de referencia.

Impensar la escuela…hacer filosofía de la educación

La tentación por dar vuelta todo, de empezar de nuevo, de acomodar el “maso” de cartas y dar de nuevo es una excitación que todos sentimos: “la escuela así no va más” “esto debe cambiar”. Esta es la cuestión de este trabajo: cómo pensar estos vientos de cambio, como reconstruir sin desconfigurar aún más, cómo pensar una escuela nueva pero que siga significando. Ahora bien, la cuestión de “acomodar el maso y dar de nuevo” ¿no nos estaría llevando a jugar con las mismas cartas: las cartas de la modernidad? Hemos argumentado que estamos en un tiempo de transición, algunos lo denominan posmodernidad, no lo sabemos, lo que si sabemos es que esto no es la modernidad y que dadas ciertas características de la cultura y los conjuntos sociales, vivimos y habitamos un tiempo de cambio.
Cómo pensar una escuela sin desconfigurar la función social de la misma: la transmisión cultural. O deberíamos pensar en una nueva función social de la escuela, distinta a la de la modernidad. ¿Seguiría siendo escuela? Consideramos desde una perspectiva filosófico-pedagógica que debemos situarnos en un lugar común para iniciar este camino, tal es así que consideramos el relato de la escuela como transmisora de la cultura, con las variables histórico-temporales, socio-políticas y económicas que correspondan en cada caso. En este sentido adherimos a la postura de Carlos Cullen cuando señala:
 
“Si para constituirse como sujeto-razón, la experiencia (teórica) tiene que mediarse por la acción (práctica), para constituirse como espíritu-conciencia moral, la acción práctica tiene que mediarse por la experiencia. Es decir desde el punto de vista institucional (social), la educación es la mediación entre una acción social ilusoria y una acción social éticamente efectiva. Y es una mediación por la experiencia, es decir, por la relación teórica o de saber. La escuela, decididamente está para enseñar.” (2004: 48)
Comprender la educación como práctica social institucionalizada requiere de una mirada compleja que sea capaz de analizar elementos históricos como dispositivos de la cultura institucional, e interrogarse a partir de la propia biografía escolar para desnaturalizar la mirada sobre la institución.
La propuesta de impensar la escuela no es una invitación a “poner la mente en blanco” por el contrario exige un esfuerzo que consiste en situarse con cierta distancia para pensar, para entender, precisamente, el tiempo, la acción histórica y su proyección, problematizando la realidad actual de la institución escolar con el objeto de encontrar las ráfagas de sentido.
Desde esta perspectiva consideramos central en nuestro análisis el concepto de dispositivo ya que esta categoría es un auxilio para desnaturalizar la mirada. Llamamos dispositivo al conjunto de saberes, principios, leyes, formas, instrumentos, espacios, tiempos, estilos de relación, etc. propios de una cultura institucional que corresponde tanto a lo dicho como a lo no-dicho. El dispositivo es la red que puede establecerse entre estos elementos, al servicio de objetivos bien definidos.
Podríamos mencionar como características particulares de los dispositivos institucionales: son construcciones históricas que respondieron a una época, o una idea, a una necesidad de un determinado grupo. Si se han creado es con objetivos bien definidos, nadie sabe muy bien porqué el dispositivo sigue en pie, pero dominan el hoy y el ayer de la práctica escolar. Tiene la capacidad de permanecer en el tiempo y en distintas épocas más allá de los distintos cambios que se puedan ir dando o de las personas que pasen. Pueden cambiar los discursos pero luego en las prácticas siguen vigentes. Son construcciones que las personas perciben como naturales y como únicas formas, cuando en realidad no lo son. Influyen sobre los cuerpos, los espacios y los tiempos de las personas. Producen un modelado en nuestro comportamiento, que se exterioriza en las instituciones.
Contribuyen a esto un estilo de actos, frases que se repiten, un determinado tipo de encuentros y hasta una forma de relación.
Aquí surge nuestra propuesta desde la filosofía de la educación: deconstrucción, análisis y reconstrucción “del texto”, del sentido de la escuela.
Es importante abrir sospecha sobre las distintas formas, prácticas, estilos, ritos (dispositivos) de la idea de Escuela. Pensemos en un ejercicio de análisis, tomando la categoría de dispositivo de Foucault.

a)En primer lugar deberíamos poder identificar dispositivos-prácticas en la escuela (ritos, frases, estilos, eventos, de tiempo, espacios) y así describirlos.
b)Luego, intentar responder preguntas qué interpelen el sentido:
-¿Qué se puede decir de ellos tomando un poco de distancia? -¿En que medida los dispositivos que se encontraron y describieron contribuyen a una escuela con sentido? -¿Qué tipo de escuela generan los dispositivos descriptos? -¿Cuáles dispositivos dan sentido a la escuela y cuáles logran el efecto contrario? ¿Qué Filosofía de la Educación hay detrás de ese conjunto de dispositivos? o ¿hay una filosofía de la educación en esos dispositivos?
¿Qué hacer entonces para desaprender? ¿Cuál es la relación de este enfoque con el desaprendizaje? Para desaprender, debe recorrerse un camino: impensar la escuela, vale decir, apoyarse en la experiencia para reconocer la vida como conocimiento e identificar en un proceso de desaprendizaje consciente: los patrones, los límites, los valores, las verdades reconocidas hasta hoy como inamovibles y absolutas; las estructuras condicionadas de los viejos procesos de aprendizaje; los miedos a desmontar, las seguridades que otorga un conocimiento entendido como eterno e imperecedero; las zonas sagradas a las que no se permite aún el acceso para su deconstrucción.
Una nueva subjetividad está surgiendo. No sólo es autocentrada, autogenerada, sino también es dialogante y descentrada, proyectada a un constante proceso de aprendizaje, desaprendizaje, reaprendizaje. El ser, la persona, el sujeto cognosciente, devienen como protagonistas de la construcción de realidades.
En palabras de Tenti Fanfani: “Cuando los hombres toman conciencia de la relatividad de las instituciones sociales conquistan, al mismo tiempo, la posibilidad de imaginar y construir un estado de las cosas diferente del presente.”


Notas finales

 
“…las razones de educar no pueden buscarse sino en las argumentaciones desde las cuales pretendemos fundamentar la legitimidad de esas prácticas”
Carlos Cullen, 1997:67
La crisis estructural que está viviendo nuestra escuela replantea las políticas educativas de la modernidad, donde el objetivo principal era la escolarización de la mayor cantidad de argentinos. Hoy las políticas de escolarización no aseguran la aprehensión de la cultura, porque la transmisión de la cultura en la escuela ya no es tal. Pero por otro lado no podemos “perder” ese relato: la inclusión de las mayorías.
Ahora bien, es necesario discutir y describir el presente de la escuela como un presente que no es consecuencia de “desviaciones” o “empobrecido”, es otro presente, y es el presente que debemos transformar. Sin duda que mirar la historia nos ayudará a no ingresar a caminos acartonados, pero el cambio no es “volver”, el cambio es pensar en un relato fluido, flexible, incompleto, con ráfagas de sentido que nos ayuden, en este momento de transición, a pensar juntos una escuela distinta.
A partir de un análisis de dispositivos anacrónicos que expresan el vacío de sentido de la escuela, la refundación exige nuevos sentidos, que en principio serán ráfagas, y como educadores nos quedará el desafío de construir la escuela desde la propia escuela. Estas ráfagas se presentan como la potencialidad de pequeños relatos, no totalizantes.
No la veremos ya, pero es necesario empezar a construir y re-pensar de inmediato. Porque precisamente por estar en tiempos de cambio, no podremos comprender el sentido de la nueva escuela que se avizorará en unos años, pero como educadores, este es nuestro hoy, hoy habitamos la escuela, hoy es el cambio y el tiempo de esperanza.
No podemos seguir pensando que “hasta que no cambie el sistema no podemos hacer nada”, debemos garantizar el presente, con el esfuerzo de pensar la filosofía de la educación de la escuela, cuál una u otra perspectiva filosófica. Pero fundamentos y relatos que den vida al hoy, las respuestas o ráfagas de sentido que podamos dar hoy construyen un futuro y, anquilosarnos en “el todo está mal” lleva sólo al repliegue y la clausura del sentido de la educación.
En tal contexto, desaprender, impensar y deshilvanar los dispositivos es tomar conciencia de que somos movimiento, devenir, creación, descubrimiento permanente; un continuum hacerse, deshacerse y rehacerse, abierto a la interrogación, este es el sentido de la filosofía de la educación.
Y en esa actitud de búsqueda nos sumamos a las palabras de Theodor Adorno y decimos “(...) en lugar de darse por satisfecho con el argumento de que todo está mal y nada puede hacerse en contra, hay que reflexionar sobre esa cuestión y sus consecuencias... ese sería el comienzo de esa filosofía que sólo cierra su puerta a quienes prefieren dejar en la penumbra las razones por las que se cierra” (1998: 25)
Desaprender no es más que dejarnos permear por lo imprevisto, por lo incierto; no perder nunca la capacidad de asombro y de resignificación de una escuela en constante construcción. Para eso es necesario dejarse atravesar por la historia, en nuestro caso, recuperar el sentido de la escuela de la modernidad, porque allí está su fundamento: la transmisión de la cultura, considerando que vivimos en tiempos de crisis de fundamentos debemos resignificar el sentido para construir, como dijimos, el hoy. La realidad actual de la escuela Argentina requiere no abandonar la promesa emancipatoria de la educación, sino -en todo caso- reconocer que esta promesa se debe reconfigurar y resignificar: por ahora, en este tiempo de transicionalidad, buscando las ráfagas de sentido.
Parafraseando a Carlos Cullen (2004) decimos que pensar la educación es no dejar que se borren las huellas (el sentido y los fundamentos), no perder la memoria. Pero es también no dejar que se borre el horizonte (resignificar los relatos), no perder la utopía. Y es aquí donde radica el lugar de la Filosofía de la educación: buscar huellas y seguirlas (construir desde el hoy), aunque no conduzcan a ninguna parte aparente, mantener abierto el horizonte (ráfagas de sentido), precisamente porque no es ningún lugar determinado. Este espacio entre huellas y horizontes se transforma así en compromiso y testimonio, construcción y resignificación.
No cabe duda que la escuela fue una proeza de la modernidad, En el siglo XVI, soñar con una institución donde concurrieran todos los infantes a aprender ciertos saberes complejos, con sujetos preparados para tal fin, desafió todo lo preestablecido y amplió enormemente las fronteras de la época. En el sigo XIX, este producto de la imaginación cobró cuerpo y hacia finales del siglo XX devino en crisis y sinsentido.
Quizá la mayor herencia que podemos sacar de todo esto sea la necesidad de volver a realizar un acto tan imaginativo como fue ése. En esta línea, el objeto de análisis actual sobre la escuela no consistiría en aportar a la reconstrucción de la fragmentada educación moderna, sino buscar y diseñar nuevas herramientas de análisis que nos ayuden a imaginar nuevas formas de comprender la educación y sus problemáticas actuales. Partiendo, como hemos intentado aquí, de una revisión de los moldes incuestionables -originales entonces y agotados ahora- en los que se inscribió la escuela como son el estado moderno (liberal) y <esto> que ya no es…

Bibliografía

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-TIRAMONTI, Guillermina (comp.) (2004) La trama de la desigualdad educativa. Manantial. Buenos Aires.

[1] César Tello es Profesor en Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata. Diplomado Superior en Ciencias Sociales con Mención en gestión Educativa. Es docente en la U.N.L.P, UNTref, UNSAM. Actualmente se encuentra cursando la Maestría en políticas y administración de la educación en la Universidad Nacional de Tres de Febrero.
[2] Entiendase crisis estructural como agotamiento de lo instituido
[3] Cfr. UNICEF. 1993c. Todos por la Educación, Educación para Todos: Participación Popular, Movilización Social y Descentralización para la "Educación para Todos". Nueva York.
[4] Cfr. Duschatzky, S y Redondo, P. (2000) Tutelados y asistidos. Programas sociales, políticas públicas y subjetividad. Paidós. Bs. As. & Tenti Fanfani, E. (2000) “La Exclusión y acción colectiva en la Argentina de Hoy”. En: Revista Punto de Vista, nº 67, Buenos Aires & Materiales para el estudio de la transformación educativa en Argentina 1993-1999 (IIPE). Tasa de repitencia y deserción escolar en Argentina. Elaborado por el Instituto Internacional de Planeamiento de la Educación
[5] Cfr. En este artículo cita de Tomaz Tadeuz da Silva (2003) p. 3 y Ramírez y Boli (1999) fundamentación de la extensión e institucionalización en cuatro puntos. p. 6
[6] Entendemos transmisión cultural desde un enfoque pedagógico-antropológico, donde el proceso de enseñanza y aprendizaje es concebido desde una perspectiva donde la construcción del conocimiento es un apropiarse y recrear la cultura a los efectos de la transformación en pos de una sociedad justa y solidaria.
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